Tengo dos grandes pasiones en mi vida, pero pasiones de
verdad, de esas que te hacen creer que sirves para ello, de las que llevas tan
adentro, que apenas caben, y te rezuman
por los poros, cual sudor amoroso…(joder, que cursi) como el sudor que produce
un polvazo agotador una insomne madrugada de verano. Una de ellas es la música.
La otra, aprovechando que ahora no me ve, y más importante que la anterior,
diré que es lo que más amo sobre todo lo que se halla en este pedrusco perdido
en una esquinita de la vía láctea. Como no, una mujer. Mi mujer. Pues bien, en
una ocasión, hace unos años (si digo, unos “cuantos” años, hago que el lector
piense que ya estoy mayor, y tampoco es para tanto, pero si, unos cuantos ya)
esta mujer, de nombre te amo, y apellidos otro día más a tu lado que no es
poco, en un pequeño pero lógico por la edad en ese momento, arrebato de
posesión hacia mi persona, y viendo que la música se apoderaba de mi ser de una
manera casi irracional, me cuestionó lo siguiente: “Si apareciera alguien, así,
por arte de magia, y te diera a elegir entre la música o yo…¿Qué escogerías?”
Mi respuesta fue inmediata, tajante, y acorde con lo que sigue en este escrito:
“Le daría una patada en los cojones a ese alguien. No me resigno a tener que
elegir sin luchar” Todo esto, aunque suene a rollo, tiene que ver con algo, que
a buen seguro el que este leyendo esto ya sabe, por lo que se deduce que no
estoy descubriendo nada. Realmente los tiempos no han cambiado tanto, desde
hace siglos, y por muchos avances tecnológicos que la humanidad haya
conseguido, nuestra evolución solo es palpable en nuestra forma de vivir, y por
ende, por ejemplo, en nuestra esperanza de vida, pero no en nuestro
comportamiento básico. Seguimos siendo guerreros, nos seguimos dando de
hachazos por cosas sin importancia, pero también seguimos luchando en el campo
de batalla por cuestiones de mucha transcendencia. La anécdota que he contado
sobre elegir (quizá de forma extensa, en mi ánimo solo está la intención de ser
ameno) tan solo es un ejemplo de que cuando nos dan a escoger de una forma
injusta, sigue aflorando el espíritu de lucha, seguimos desenvainando la
espada, pero en vez de afilarla, y esgrimirla, la escribimos, o la publicamos.
Pongamos por ejemplo una cuestión: El voto. Cuando nos dicen que debemos elegir
a nuestros gobernantes. ¿Debemos? ¿Cómo que debemos? Será si queremos, eso para
empezar, para dejar claro que quién tiene el poder es el pueblo, el ejército más
numeroso. Una vez que has solucionado tu decisión de votar o no, en libertad,
te dan a elegir, una vez más, una serie de opciones dentro de un sistema, es
decir, vota o no votes, si votas, hazlo positivamente, o hazlo en blanco, o
vota nulo. Pero siempre dentro de un sistema, un sistema que parece que sea el
único, no nos dan a escoger. El sistema falla, pues le da la razón a la
mayoría, y de un tiempo a esta parte, la mayoría se equivoca bastante. Es
entonces cuando salimos a la calle, a las sedes institucionales, a las puertas
de los castillos que guardan al tirano, y entre la muchedumbre cada vez más
hambrienta, se sustituyen las puntas de lanza, las espadas en alto y las
antorchas, por pancartas llenas de decepción, ira, agonía, pero se siguen
enarbolando estandartes, banderas, símbolos, que identifican a una o varias
generaciones, a familias, a clanes, igual que hace siglos. De la misma forma
los reyes y señores feudales siguen entre nosotros, teniendo su castillo,
interminables extensiones de tierra, y un pueblo sumiso y callado, al que
continúan teniendo esclavizado. Antaño, de vez en cuando el rey salía de su
guarida y repartía pan. Ahora concede comisiones, trabajo a incompetentes
puestos a dedo, y dispone de una
cuadrilla de consejeros, carroñeros, cabezas de turco que limpian su imagen, y
que como antiguamente, ponen su vida fielmente en manos de su señor. No todos
podemos ser guerreros, pero sabemos muy bien quienes somos, y si el campo de
batalla ha cambiado, las luchas también. Hemos transformado la debilidad en una
virtud, la palabra, por su lentitud, a veces no sirve, y la mentira, es un
virus que ha contaminado todo aquello por lo que pelean los hombres y mujeres
de verdad, los que quieren sacar su espíritu por motivos que valgan la pena, no
para convertir las calles en un manicomio donde cuatro espantapájaros con ganas
de chillar calmen su frustración, para luego salir corriendo. Si el cacique
saca sus fuerzas, démosle lo que quiere, vamos a decirle quien es la mayoría,
si tanto se empeña en saberlo. Si somos guerreros de hoy en día, hagamos la
guerra, pero de verdad, sin gestos grotescos, sin esconderse, de cara, y
directos a vender cara nuestra vida. Quizá haya llegado el momento de afilar la
espada, y que la pluma tenga que retirarse un momento. Quizá mañana esa pluma pueda
volver a escribir sobre guerreros de hoy en día, mientras dedica unas líneas a
contar una verdadera evolución, pero no de nuestro modo de vida, si no de
nuestro comportamiento, nuestras ideas, y nuestro tiempo. Puede que esta vez,
si estemos obligados a elegir.
Escrito por Jose Luis Huerga
Escrito por Jose Luis Huerga