“¿Que es aquello que tanto temen las mentes mediocres? ¿Lo
que tanto odian los que siguen la senda de lo establecido? Quizá el miedo a
perderse mientras buscan un nuevo horizonte.
Se pierden, si, se desorientan, pero no por las dificultades del camino
a recorrer. Se quedan vagando eternamente en un limbo donde no dejan de buscar
culpables a su propio temor, cómplices
de su propia causa perdida, de su falta de emociones, de todo aquello
que hacen mal, siempre buscando referencias para tener compañeros de viaje mas
atrevidos, en los que apoyarse, de los que aprovecharse, para alimentarse de su
talento. ¿Qué desprecian aquellos que siempre dictan lo que es imposible a
medida de su incapacidad? Que alguien les diga “No es imposible, yo puedo
hacerlo, yo trazo mi propio camino, y yo digo lo que puedo intentar o no. Si tu
no te ves capaz, quédate, y contémplame al caminar, pero no te acuerdes de mi
cuando me veas llegar, ya no responderé, pues mas vale el riesgo de caer bajo
la guadaña intentándolo, que sufrir el tédio eterno”. Después de decir esto
ante una mayoría ciega, mejor entonces emprende tu nuevo camino sin ni siquiera
buscar quién te acompañe, por que ya habrás entrado en la dinámica del odio, el
odio que padece aquel que se considera independiente, individual, cauto y
desconfiado a todo pensamiento mayoritario solo por el hecho de ser eso,
mayoritario. Jamás la gran fila de mentes absorbidas por el pensamiento único
perdonará que se ponga en duda la supuesta razón de la mayoría, asi que mejor
abandonar la fila, y ser feliz siendo un condenado único, no un ignorante
aceptado y entregado a la comodidad que proporciona la maldita placenta de un
mundo preñado de estupidez, ignorancia y sucia pero aparentemente cristalina e
impuesta felicidad bajo unos cánones hechos a medida de mentes cerradas, pero
que siempre tienen la boca abierta. Tortuosa y difícil será la senda de aquel
que siempre tenga algo que decir, que opinar, que debatir, que no sea
fácilmente maleable, domesticable, que se permita el lujo de ser sincero en su
máxima expresión, sin dulzura, sin querer ser y no ser. Sincero solo se puede
ser de una manera, y es diciendo la verdad, a veces dolorosa, a veces sublime,
pero siempre incontestable, corrosiva si es menester. Mas si dañina es la
verdad, peor es la mentira en la cara, y la verdad clavada en la espalda. Quizá
en el ultimo lecho, en un desconocido y sucio hospital, solo y cansado,
mientras se disfruten las últimas horas con la calma propia de aquel que ha
sufrido en vida plena y libremente, pero no ha vivido una muerte larga en esta
quimera que llamamos existencia, encuentre a un semejante, un compañero, que
aunque sea ya en las últimos recodos del camino recorrido, se puedan reconocer
al instante, por una mirada agotada de no comprender, y por un apretón de manos
como solo se lo dan los compañeros de verdad, los que viajaron sin complejos
por un vasto paramo de mentiras y patrones establecidos. Después se miraran,
reirán sus vidas y sus muertes, y sabrán que la respuesta a la primera
pregunta, es un hombre libre.
Escrito por Jose Luis Huerga
Escrito por Jose Luis Huerga
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